Resumen: Ética Demostrada según el orden geométrico
BARUCH DE ESPINOSA
Parte Tercera: Del Origen y naturaleza de los afectos
La mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y la conducta humana, parecen tratar no de cosas naturales que siguen las leyes ordinarias de la naturaleza, sino de cosas que están fuera de ésta. Más aún: parece que conciben al hombre, dentro de la naturaleza, como un imperio dentro de otro imperio. Pues creen que el hombre perturba, más bien que sigue, el orden de la naturaleza que tiene una absoluta potencia sobre sus acciones y que sólo es determinado por sí mismo. Atribuyen además la causa de la impotencia e inconstancia humanas, no a la potencia común de la naturaleza, sino a no sé qué vicio de la naturaleza humana, a la que, por este motivo, deploran, ridiculizan, desprecian o, lo que es más frecuente, detestan; y se tiene por divino a quien sabe denigrar con mayor elocuencia o sutileza la impotencia del alma humana. Ya sé que el celebérrimo Descartes, aun creyendo que el alma tiene una potencia absoluta sobre sus acciones, ha intentado, sin embargo, explicar los afectos humanos por sus primeras causas.
*Causa adecuada: es aquella cuyo efecto puede ser percibido clara y distintamente en virtud de ella misma. Por el contrario, causa inadecuada o parcial aquella cuyo efecto no puede entenderse por ella sola.
*Obramos es cuando ocurre algo, en nosotros o fuera de nosotros, de lo cual somos causa adecuada; es decir, cuando de nuestra naturaleza se sigue algo, en nosotros o fuera de nosotros, que puede entenderse clara y distintamente en virtud de ella sola. Y, por el contrario, digo que padecemos, cuando en nosotros ocurre algo, o de nuestra naturaleza se sigue algo, de lo que no somos sino causa parcial.
*Afectos entiendo las afecciones del cuerpo, por las cuales aumenta o disminuye, es favorecida o perjudicada, la potencia de obrar de ese mismo cuerpo, y entiendo, al mismo tiempo, las ideas de esas afecciones. Así pues, si podemos ser causa adecuada de alguna de esas afecciones, entonces entiendo por «afecto» una acción; en los otros casos, una pasión.
PROPOSICIÓN I: Nuestra alma obra ciertas cosas, pero padece ciertas otras; a saber: en cuanto que tiene ideas adecuadas, entonces obra necesariamente
ciertas cosas, y en cuanto que tiene ideas inadecuadas, entonces padece necesariamente ciertas otras.
No es causa adecuada el alma de ese hombre, sino parcial, y, por ende, el alma, en cuanto tiene ideas inadecuadas, padece necesariamente ciertas cosas: que era lo segundo. Luego nuestra alma,
PROPOSICIÓN II: Ni el cuerpo puede determinar al alma a pensar, ni el alma puede determinar al cuerpo al movimiento ni al reposo, ni a otra cosa alguna (si la hay).
En términos absolutos, todo cuanto sucede en un cuerpo ha debido proceder de Dios en cuanto se lo considera afectado por algún modo de la extensión, y no por algún modo del pensamiento, es decir, no puede proceder del alma, que es un modo del pensamiento, que era lo segundo. Por consiguiente, ni el cuerpo puede. El orden de las acciones y pasiones de nuestro cuerpo se corresponde por naturaleza con el orden de las acciones y pasiones del alma, están persuadidos firmemente de que el cuerpo se mueve o reposa al más mínimo mandato del alma, y de que el cuerpo obra muchas cosas que dependen exclusivamente de la voluntad del alma y su capacidad de pensamiento, qué es lo que puede hacer el cuerpo en virtud de las solas leyes de su naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué es lo que no puede hacer salvo que el alma lo determine de que los sonámbulos hacen en sueños muchísimas cosas que no osarían hacer despiertos; ello basta para mostrar que el cuerpo, en virtud de las solas leyes de su naturaleza, puede hacer muchas cosas que resultan asombrosas a su propia alma, que de la naturaleza, considerada bajo un atributo cualquiera, se siguen infinitas cosas.
Resulta que los más creen que sólo hacemos libremente aquello que apetecemos escasamente, ya que el apetito de tales cosas puede fácilmente ser dominado por la memoria de otra cosa de que nos acordamos con frecuencia. Si los hombres no tuviesen experiencia de que hacemos muchas cosas de las que después nos arrepentimos, y de que a menudo, cuando hay en nosotros conflicto entre afectos contrarios, reconocemos lo que es mejor y hacemos lo que es peor, nada impediría que creyesen que lo hacemos todo libremente.
Y si no se quiere incurrir en tan gran tontería, debe necesariamente concederse que esa decisión del alma que se cree ser libre, no se distingue de la imaginación o del recuerdo mismo, y no es más que la afirmación implícita en la idea, en cuanto que es idea Así pues, quienes creen que hablan, o callan, o hacen cualquier cosa, por libre decisión del alma, sueñan con los ojos abiertos.
PROPOSICIÓN III: Las acciones del alma brotan sólo de las ideas adecuadas; las pasiones dependen sólo de las inadecuadas.
PROPOSICIÓN IV: Ninguna cosa puede ser destruida sino por una causa exterior.
Esta Proposición es evidente por sí. En efecto: la definición de una cosa cualquiera afirma, y no niega, la esencia de esa cosa; o sea, pone la esencia de la cosa, y no la priva de ella. Así pues, en tanto atendemos sólo a la cosa misma, y no a las causas exteriores, nada seremos capaces de hallar en ella que pueda destruirla.
PROPOSICIÓN V: Las cosas son de naturaleza contraria, es decir, no pueden darse en el mismo sujeto, en la medida en que una de ellas puede destruir a la otra.
PROPOSICIÓN VI: Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser
PROPOSICIÓN VIII: El esfuerzo con que cada cosa intenta perseverar en su ser no implica tiempo alguno finito, sino indefinido.
PROPOSICIÓN IX: El alma, ya en cuanto tiene ideas claras y distintas, ya en cuanto las tiene confusas, se esfuerza por perseverar en su ser con una duración indefinida, y es consciente de ese esfuerzo suyo
Este esfuerzo, cuando se refiere al alma sola, se llama voluntad, pero cuando se refiere a la vez al alma y al cuerpo, se llama apetito; por ende, éste no es otra cosa que la esencia misma del hombre, de cuya naturaleza se siguen necesariamente aquellas cosas que sirven para su conservación, cosas que, por tanto, el hombre está determinado a realizar
PROPOSICIÓN XII: El alma se esfuerza, cuanto puede, en imaginarlas cosas que aumentan o favorecen la potencia de obrar del cuerpo.
Mientras el alma imagina aquellas cosas que aumentan o favorecen la potencia de obrar de nuestro cuerpo, éste es afectado por modos que aumentan o favorecen su potencia de obrar (ver Postulado 1 de esta Parte), y, consiguientemente (por la Proposición 11 de esta Parte) es aumentada o favorecida la potencia de pensar del alma, y, por ende (por la Proposición 6 o la 9 de esta Parte), el alma se esfuerza cuanto puede en imaginar esas cosas.
PROPOSICIÓN XV: Cualquiera cosa puede ser, por accidente, causa de alegría, tristeza o deseo.
Efectivamente, en virtud de ese solo hecho sucede que el alma, al imaginar más tarde esa cosa, sea afectada por un afecto de alegría o tristeza; es decir sucede que aumenta o disminuye la potencia del alma y del cuerpo, etc. Y, por
consiguiente, sucede que el alma desee imaginar esa cosa, o bien que le repugne hacerlo; esto es, que la ame o la odie.
PROPOSICIÓN XIX: Quien imagina que se destruye lo que ama, se entristecerá, pero si imagina que se conserva, se alegrará.
la imaginación es favorecida por aquello que afirma la existencia de la cosa, y, al contrario, es reprimida por lo que excluye esa existencia; por consiguiente, las imágenes de las cosas que afirman la existencia de la cosa amada favorecen el esfuerzo que el alma realiza por imaginarla, esto es, afectan el alma de alegría, y las que, por el contrario, excluyen la existencia de la cosa amada reprimen ese esfuerzo del alma, esto es, afectan el alma de tristeza. Así pues, quien imagina que se destruye lo que ama, se entristecerá
PROPOSICIÓN XX: Quien imagina que se destruye aquello que odia, se ale-grará. la imagen de una cosa que excluye la existencia de aquello que el alma odia favorece ese esfuerzo del alma, esto es, afecta el alma de alegría. Así, pues, quien imagina que se destruye aquello que odia, se alegrará.
PROPOSICIÓN XXIX: Nos esforzaremos también por hacer todo aquello que imaginamos que los hombres1 miran con alegría, y, al contrario, detestaremos hacer aquello que imaginamos que los hombres aborrecen.
Por el hecho de imaginar que los hombres aman u odian algo, amaremos u odiaremos eso mismo, es, por ese hecho nos alegraremos o entristeceremos de la presencia de esa cosa, y así, nos esforzaremos por hacer todo aquello que imaginamos que los hombres aman, o sea, miran con alegría.
PROPOSICIÓN XXXIII: Cuando amamos una cosa semejante a nosotros, nos esforzamos cuanto podemos por conseguir que ella nos ame a su vez.
Nos esforzaremos cuanto podamos por conseguir que la cosa amada sea afectada de una alegría acompañada de la idea de nosotros mismos, esto es, por conseguir que nos ame a su vez
PROPOSICIÓN XXXVII: El deseo que brota de una tristeza o de una alegría, de un odio o de un amor, es tanto mayor cuanto mayor es el afecto.
Puesto que el odio y el amor son los afectos mismos de la tristeza y la alegría, se sigue de igual modo que el esfuerzo, apetito o deseo que brota del odio o del amor será mayor en proporción a esos odio y amor.
PROPOSICIÓN XLIII: El odio aumenta con un odio recíproco, y puede, al contrario, ser destruido por el amor.
Quien imagina que aquel a quien odia está, a su vez, afectado de odio hacia él, experimenta por ello un odio nuevo, mientras dura todavía el primero. Pero si, por el contrario, imagina que aquél está afectado de amor hacia él, en la medida en que imagina se considera a sí mismo con alegría, y en esa medida se esforzará por agradarle, es, se esforzará en no odiarle y no afectarle de tristeza alguna, cuyo esfuerzo será mayor o menor, en proporción al afecto del que brota, y así, si fuere mayor que el que brota del odio y por el que se esfuerza en afectar de tristeza a la cosa que odia, prevalecerá sobre él, y borrará el odio del ánimo.
PROPOSICIÓN L: Cualquier cosa puede ser, por accidente, causa de esperanza o de miedo.
Las cosas que son por accidente causa de esperanza o de miedo se llaman buenos o malos presagios. Además, en cuanto esos presagios son causa de esperanza o miedo, en esa medida son causa de alegría o de tristeza, y, consiguientemente, los amamos u odiamos, y nos esforzamos por emplearlos como medios en orden a lo que esperamos, o por apartarlos como obstáculos o causas de miedo.
PROPOSICIÓN LIV: El alma se esfuerza en imaginar sólo aquello que afirma su potencia de obrar.
El esfuerzo o potencia del alma es la esencia misma de ese alma, pero la esencia del alma afirma sólo aquello que el alma es y puede, y no aquello que no es y no puede; por consiguiente, el alma se esfuerza en imaginar sólo aquello que afirma su potencia de obrar.
PROPOSICIÓN LVI: Hay tantas clases de alegría, tristeza y deseo y, consiguientemente, hay tantas clases de cada afecto compuesto de ellos —como la fluctuación del ánimo-, o derivado de ellos —amor, odio, esperanza, miedo, etc. —, como clases de objetos que nos afectan.
Definiciones de los afectos
El deseo es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como determinada a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella.
La alegría es el paso del hombre de una menor a una mayor perfección.
La tristeza es el paso del hombre de una mayor a una menor perfección.
El asombro consiste en la imaginación de alguna cosa, en la que el alma queda absorta porque esa imaginación singular no tiene conexión alguna con las demás.
El desprecio consiste en la imaginación de alguna cosa que impresiona tan poco al alma, que ésta, ante la presencia de esa cosa, tiende más bien a imaginar lo que en ella no está que lo que está.
El amor es una alegría acompañada por la idea de una causa exterior.
El odio es una tristeza acompañada por la idea de una causa exterior.
La inclinación es una alegría acompañada por la idea de alguna cosa que es, por accidente, causa de alegría.
La repulsión es una tristeza acompañada por la idea de alguna cosa que es, por accidente, causa de tristeza. Acerca de esto.
La devoción es el amor hacia quien nos asombra.
La irrisión es una alegría surgida de que imaginamos que hay algo despreciable en la cosa que odiamos.
La esperanza es una alegría inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya efectividad dudamos de algún modo.
El miedo es una tristeza inconstante, que brota de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuya efectividad dudamos de algún modo.
La seguridad es una alegría que surge de la idea de una cosa futura o pretérita, acerca de la cual no hay ya causa de duda.
La desesperación es una tristeza que surge de la idea de una cosa futura o pretérita, acerca de la cual no hay ya causa de duda.
La satisfacción es una alegría acompañada por la idea de una cosa pretérita que ha sucedido contra lo que temíamos.
La insatisfacción es una tristeza, acompañada por la idea de una cosa pretérita, que ha sucedido contra lo que esperábamos.
La conmiseración es una tristeza, acompañada por la idea de un mal que le ha sucedido a otro, a quien imaginamos semejante a nosotros.
La aprobación es el amor hacia alguien que ha hecho bien a otro.
La indignación es el odio hacia alguien que ha hecho mal a otro.
La sobreestimación consiste en estimar a alguien, por amor, en más de lo justo.
El menosprecio consiste en estimar a alguien, por odio, en menos de lo justo.
La envidia es el odio, en cuanto afecta al hombre de tal modo que se entristece con la felicidad de otro y se goza con su mal.
La misericordia es el amor, en cuanto afecta al hombre de tal modo que se goza en el bien de otro y se entristece con su mal.
El contento de sí mismo es una alegría que brota de que el hombre se considera a sí mismo y considera su potencia de obrar.
La humildad es una tristeza que brota de que el hombre considera su impotencia o debilidad.
El arrepentimiento es una tristeza acompañada por la idea de algo que creemos haber hecho por libre decisión del alma.
La soberbia consiste en estimarse a uno mismo, por amor propio, en más de lo justo.
La abyección consiste en estimarse, por tristeza, en menos de lo justo.
La gloria es una alegría, acompañada por la idea de una acción nuestra que imaginamos alabada por los demás.
La vergüenza es una tristeza, acompañada por la idea de alguna acción que imaginamos vituperada por los demás.
La frustración es un deseo o apetito de poseer una cosa, alentado por el recuerdo de esa cosa, y a la vez reprimido por el recuerdo de otras que excluyen la existencia de la cosa apetecida.
La emulación es el deseo de una cosa, engendrado en nosotros porque imaginamos que otros tienen ese mismo deseo.
El agradecimiento o gratitudes un deseo, o solicitud del amor, por el que nos esforzamos en hacer bien a quien nos lo ha hecho con igual afecto de amor
La benevolencia es un deseo de hacer bien a quien nos mueve a conmiseración
La ira es un deseo que nos incita, por odio, a hacer mal a quien odiamos
La venganza es un deseo que nos incita, por odio recíproco, a hacer mal a quien, movido por un afecto igual, nos ha hecho un daño
La crueldad o sevicia es un deseo que excita a alguien a hacer mal a quien amamos o hacia quien sentimos conmiseración
El temor es el deseo de evitar, mediante un mal menor, otro mayor, al que tenemos miedo
La audacia es un deseo por el cual alguien es incitado a hacer algo peligroso, que sus iguales tienen miedo de afrontar
La pusilanimidad se predica de aquel cuyo deseo es reprimido por el temor a un peligro que sus iguales se atreven a afrontar.
La consternación se predica de aquel cuyo deseo de evitar un mal es reprimido por el asombro que siente ante el mal que teme.
La humanidad o modestia es el deseo de hacer lo que agrada a los hombres, y de omitir lo que les desagrada.
La ambición es un deseo inmoderado de gloria.
Parte Cuarta: De la servidumbre humana, o de la fuerza de los afectos
*Servidumbre es la impotencia humana para moderar y reprimir sus afectos, pues el hombre sometido a los afectos no es independiente, sino que está bajo la jurisdicción de la fortuna, cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a menudo se siente obligado, aun viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es peor.
Cuando los hombres empezaron a formar ideas universales, y a representarse modelos ideales de casas, edificios, torres, etc., así como a preferir unos modelos a otros, resultó que cada cual llamó «perfecto» a lo que le parecía acomodarse a la idea universal que se había formado de las cosas de la misma clase, e «imperfecto», por el contrario, a lo que le parecía acomodarse menos a su concepto del modelo, aunque hubiera sido llevado a cabo completamente de acuerdo con el designio del autor de la obra. Y no parece haber otra razón para llamar, vulgarmente, «perfectas» o «imperfectas» a las cosas de la naturaleza, esto es, a las que no están hechas por la mano del hombre.
Así, pues, la perfección y la imperfección son sólo, en realidad, modos de pensar, es decir, nociones que solemos imaginar a partir de la comparación entre sí de individuos de la misma especie o género, y por esta razón he dicho más arriba que por «realidad» y «perfección» entendía yo la misma cosa. Pues solemos reducir todos los individuos de la naturaleza a un único género, que llamamos «generalísimo», a saber: la noción de «ser», que pertenecería absolutamente a todos los individuos de la naturaleza. Así, pues, en la medida en que reducimos los individuos de la naturaleza a este género, y los
comparamos entre sí, y encontramos que unos tienen más «entidad», o realidad, que otros, en esa medida decimos que unos son «más perfectos» que otros; y en la medida en que les atribuimos algo que implica negación —como término, límite, impotencia, etc.—, en esa medida los llamamos «imperfectos», porque no afectan a nuestra alma del mismo modo que aquellos que llamamos perfectos, pero no porque les falte algo que sea suyo, ni porque la naturaleza haya incurrido en culpa. En efecto: a la naturaleza de una cosa no le pertenece sino aquello que se sigue de la necesidad de la naturaleza de su causa eficiente, y todo cuanto se sigue de la necesidad de la naturaleza de la causa eficiente se produce necesariamente. Por lo que atañe al bien y al mal, tampoco aluden a nada positivo en las cosas —consideradas éstas en sí mismas — , ni son otra cosa que modos de pensar, o sea, nociones que formamos a partir de la comparación de las cosas entre sí.
Definiciones:
Entiendo por bueno lo que sabemos con certeza que nos es útil.
Por malo, en cambio, entiendo lo que sabemos con certeza que impide que poseamos algún bien.
Llamo contingentes a las cosas singulares, en cuanto que, atendiendo a su sola esencia, no hallamos nada que afirme o excluya necesariamente su existencia.
Llamo posibles a esas mismas cosas singulares, en cuanto que, atendiendo a las causas en cuya virtud deben ser producidas, no sabemos si esas causas están determinadas a producirlas.
Por afectos contrarios entenderé, en adelante, los que arrastran al hombre en distintos sentidos, aunque sean del mismo género, como la gula y la avaricia —que son clases de amor—, y contrarios no por naturaleza, sino por accidente.
Lo que voy a entender por afecto hacia una cosa futura, presente y pretérita, lo he explicado en los Escolios 1 y 2 de la Proposición 18 de la Parte III: verlos.
Por el fin a causa del cual hacemos algo, entiendo el apetito.
Por virtud entiendo lo mismo que por potencia; esto es, la virtud, en cuanto referida al hombre, es la misma esencia o naturaleza del hombre, en cuanto que tiene la potestad de llevar a cabo ciertas cosas que pueden entenderse a través de las solas leyes de su naturaleza.
PROPOSICIÓN III: La fuerza con que el hombre persevera en la existencia es limitada, y resulta infinitamente superada por la potencia de las causas exteriores.
Es evidente por el Axioma de esta Parte. Pues, dado un hombre, se da alguna otra cosa más potente —pongamos A—; y, dado A, se da además otra cosa —pongamos B— más potente que A, y así hasta el infinito. Por ende, la potencia del hombre es delimitada por la potencia de otra cosa, e infinitamente superada por la potencia de las causas exteriores.
PROPOSICIÓN VI: La fuerza de una pasión o afecto puede superar las demás acciones del hombre, o sea, puede superar su potencia, hasta tal punto que ese afecto quede pertinazmente adherido al hombre.
PROPOSICIÓN VIII: El conocimiento del bien y el mal no es otra cosa que el afecto de la alegría o el de la tristeza, en cuanto que somos conscientes de él.
Llamamos «bueno» o «malo» a lo que es útil o dañoso en orden a la conservación de nuestro, esto es, a lo que aumenta o disminuye, favorece o reprime nuestra potencia de obrar. Así pues, en la medida en que percibimos que una cosa nos afecta de alegría o tristeza, en esa medida la llamamos «buena» o «mala», y así, el conocimiento del bien y el mal no es otra cosa que la idea de la alegría o de la tristeza que se sigue necesariamente del afecto mismo de la alegría o de la tristeza. Ahora bien, esta idea está unida al afecto de la misma manera que el alma está unida al cuerpo, esto es, dicha idea no se distingue realmente del afecto mismo, o sea, de la idea de la afección del cuerpo, sino que se distingue sólo por el concepto que de ella tenemos. Por consiguiente, dicho conocimiento del bien y el mal no es otra cosa que el afecto mismo, en cuanto que somos conscientes de él.
PROPOSICIÓN X: Experimentamos por una cosa futura, que imaginamos ha de cumplirse pronto, un afecto más intenso que si imaginamos que el tiempo de su existencia está mucho más distante del presente, y también somos afectados por la memoria de una cosa, que imaginamos haber ocurrido hace poco, más intensamente que si imaginamos que ha ocurrido hace mucho.
PROPOSICIÓN XII: El afecto relacionado con una cosa que sabemos no existe en el presente, y que imaginamos como posible, es más intenso, en igualdad de circunstancias, que el relacionado con una cosa contingente.
PROPOSICIÓN XVIII: El deseo que surge de la alegría, en igualdad de circunstancias, es más fuerte que el deseo que brota de la tristeza.
El deseo es la esencia misma del hombre, esto, el esfuerzo que el hombre realiza por perseverar en su ser. Un deseo que nace de la alegría es, pues, favorecido o aumentado por el afecto mismo de la alegría; en cambio, el que brota de la tristeza es disminuido o reprimido por el afecto mismo de la tristeza. De esta suerte, la fuerza del deseo que surge de la alegría debe definirse a la vez por la potencia humana y por la potencia de la causa exterior, y, en cambio,
la del que surge de la tristeza debe ser definida sólo por la potencia humana, y, por ende, aquel deseo es más fuerte.
PROPOSICIÓN XXI: Nadie puede desear ser feliz, obrar bien y vivir bien, si no desea al mismo tiempo ser, obrar y vivir, esto es, existir en acto.
PROPOSICIÓN XXVIII: El supremo bien del alma es el conocimiento de Dios, y su suprema virtud, la de conocer a Dios. El alma sólo obra en la medida en que conoce, y sólo en dicha medida puede decirse, absolutamente, que obra según la virtud. Así pues, la virtud absoluta del alma es el conocimiento. Ahora bien, lo más alto que el alma puede conocer es Dios. Por consiguiente, la suprema virtud del alma es la de entender o conocer a Dios.
PROPOSICIÓN XLI: La alegría, nunca es directamente mala, sino buena; en cambio, la tristeza es directamente mala.La alegría es un afecto que aumenta o favorece la potencia de obrar del cuerpo; la tristeza, en cambio, es un afecto que disminuye o reprime la potencia de obrar del cuerpo, y así la alegría es directamente buena, etc.
PROPOSICIÓN XLIII: El placer puede tener exceso y ser malo; el dolor puede ser bueno en la medida en que el placer, que es una alegría, sea malo.
El placer es una alegría que, en cuanto referida al cuerpo, consiste en que una o algunas de sus partes son afectadas más que las otras, y la potencia de ese afecto pueda ser tan grande que supere a las restantes acciones del cuerpo, se aferré pertinazmente a él e impida de esta suerte que el cuerpo sea apto para ser afectado de otras muchas maneras, y así puede ser malo. Por su parte, el dolor, que es, por el contrario, una tristeza, no puede ser bueno, considerado en sí solo.
PROPOSICIÓN XLIV: El amor y el deseo pueden tener exceso.
PROPOSICIÓN XLV: El odio nunca puede ser bueno.
PROPOSICIÓN XLVII: Los afectos de la esperanza y el miedo no pueden ser buenos de por sí. No hay afecto de esperanza o de miedo sin tristeza. Pues el miedo es una tristeza, y la esperanza no se da sin miedo, y, por, estos afectos no pueden ser buenos de por sí, sino sólo en la medida en que pueden reprimir el exceso de alegría.
PROPOSICIÓN XLVIII: Los afectos de la sobreestimación y el menosprecio son siempre malos.
PROPOSICIÓN LIII: La humildad no es una virtud, o sea, no nace de la razón.
La humildad es una tristeza, que brota de que el hombre considera su propia impotencia.
PROPOSICIÓN LIV: El arrepentimiento no es una virtud, o sea, no nace de la razón; el que se arrepiente de lo que ha hecho es dos veces miserable o impotente.
PROPOSICIÓN LXI: El deseo que nace de la razón no puede tener exceso.
El deseo, considerado en absoluto, es la misma esencia del hombre, en cuanto se la concibe como determinada de algún modo a hacer algo; y así, el deseo que brota de la razón, esto es, el que se engendra en nosotros en la medida en que obramos, es la esencia o naturaleza misma del hombre, en cuanto concebida como determinada a obrar aquello que se concibe adecuadamente por medio de la sola esencia del hombre; así, pues, si ese deseo pudiera tener exceso, entonces la naturaleza humana, considerada en sí sola, podría excederse a sí misma, o sea, podría más de lo que puede, lo cual es contradicción manifiesta, y, por ende, ese deseo no puede tener exceso
PROPOSICIÓN LXIII: Quien se deja llevar por el miedo, y hace el bien para evitar el mal, no es guiado por la razón.
PROPOSICIÓN LXVIII: Si los hombres nacieran libres, no formarían, en tanto que siguieran siendo libres, concepto alguno del bien y del mal.
He dicho que es libre quien se guía sólo por la razón; así, pues, quien nace libre y permanece libre no tiene más que ideas adecuadas, y, por ende, no tiene concepto alguno del mal; por consiguiente tampoco del bien.
PROPOSICIÓN LXXIII: El hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde sólo se obedece a sí mismo.
Al hombre que se guía por la razón no es el miedo el que le lleva a obedecer, sino que, en la medida en que se esfuerza por conservar su ser según el dictamen de la razón - esto es, en cuanto que se esfuerza por vivir libremente desea sujetarse a las reglas de la vida y utilidad comunes, y, por consiguiente, desea vivir según la legislación común del Estado. El hombre que se guía por la razón desea, por tanto, para vivir con mayor libertad, observar las leyes comunes del Estado.
Parte Quinta: Del poder del entendimiento o de la libertad humana
En esta Parte me ocuparé, pues, de la potencia de la razón, mostrando qué es lo que ella puede contra los afectos, y, a continuación, qué es la libertad del alma,
o sea la felicidad; por todo ello, veremos cuánto más poderoso es el sabio que el ignaro. De qué manera y por qué método deba perfeccionarse el entendimiento, y mediante qué arte ha de cuidarse el cuerpo a fin de que pueda cumplir rectamente sus funciones, son cuestiones que no pertenecen a este lugar; lo último concierne a la Medicina, y lo primero, a la Lógica. Aquí trataré, como he dicho, solamente de la potencia del alma, o sea, de la razón, y mostraré ante todo la magnitud y características de su imperio sobre los afectos, en orden a regirlos y reprimirlos. Ya hemos dicho más arriba que, desde luego, no tenemos un absoluto imperio sobre ellos. Sin embargo, los estoicos creyeron que los afectos dependen absolutamente de nuestra voluntad, y que podemos dominarlos completamente. Con todo, ante la voz de la experiencia, ya que no en virtud de sus principios, se vieron obligados a confesar que para reprimir y moderar los afectos se requiere no poco ejercicio y aplicación, y uno de ellos seesforzó por ilustrar dicha cuestión
Omito todo lo que afirma acerca de la voluntad y de la libertad de ésta, ya que he mostrado sobradamente que es falso. Así, pues, dado que la potencia del alma, como más arriba he mostrado, se define por la sola capacidad de conocer, los remedios contra los afectos —remedios que todos conocen por experiencia, pero que, según creo, no observan cuidadosamente ni comprenden con distinción— los determinaremos por el solo conocimiento del alma, y de dicho conocimiento deduciremos todo lo que concierne a su felicidad.
AXIOMAS
*Si en un mismo sujeto son suscitadas dos acciones contrarias, deberá necesariamente producirse un cambio, en ambas o en una sola de ellas, hasta que dejen de ser contrarias.
*La potencia de un efecto se define por la potencia de su causa, en la medida en que su esencia se explica o define por la esencia de su causa.
PROPOSICIÓN III: Un afecto que es una pasión deja de ser pasión tan pronto como nos formamos de él una idea clara y distinta
Un afecto que es una pasión es una idea confusa. Si de ese afecto, pues, nos formamos una idea clara y distinta, entre esa idea y el afecto mismo, en cuanto referido al alma sola, no habrá más que una distinción de razón; y de este modo, ese afecto dejará de ser una pasión.
PROPOSICIÓN IV: No hay afección alguna del cuerpo de la que no podamos formar un concepto claro y distinto.
PROPOSICIÓN VI: En la medida en que el alma entiende todas las cosas como necesarias, tiene un mayor poder sobre los afectos, o sea, padece menos por causa de ellos.
PROPOSICIÓN VII: Los afectos que brotan de la razón o que son suscitados por ella, si se toma en consideración el tiempo, son más potentes que los que se refieren a cosas singulares consideradas como ausentes.
PROPOSICIÓN X: Mientras no nos dominen afectos contrarios a nuestra naturaleza, tenemos la potestad de ordenar y concatenar las afecciones del cuerpo según el orden propio del entendimiento.
Los afectos contrarios a nuestra naturaleza, esto es, los que son malos, lo son en la medida en que impiden que el alma conozca. Así, pues, mientras no estamos dominados por afectos contrarios a nuestra naturaleza, no es obstaculizada la potencia del alma con la que se esfuerza por conocer las cosas; y, de esta suerte, tiene la potestad de formar ideas claras y distintas, y de deducir unas de otras; y, por consiguiente, tenemos la potestad de ordenar y concatenar las afecciones del cuerpo según el orden propio del entendimiento.
PROPOSICIÓN XV: Quien se conoce a sí mismo clara y distintamente, y conoce de igual modo sus afectos, ama a Dios, y tanto más cuanto más se conoce a sí mismo y más conoce sus afectos.
Quien se conoce a sí mismo y conoce sus afectos clara y distintamente, se alegra, y esa alegría va en él acompañada por la idea de Dios; por tanto, ama a Dios, y tanto más cuanto más se conoce a sí mismo y conoce sus afectos.
PROPOSICIÓN XXI: El alma no puede imaginar nada, ni acordarse de las cosas pretéritas, sino mientras dura el cuerpo.
: El alma no expresa la existencia actual de su cuerpo ni concibe como actuales las afecciones del cuerpo, sino mientras que éste dura, y, no concibe cuerpo alguno como existente en acto sino mientras dura su cuerpo, y, por ende, no puede imaginar nada ni acordarse de las cosas pretéritas sino mientras dura el cuerpo.
PROPOSICIÓN XXIII
El alma humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo, sino que de ella queda algo que es eterno.
Se da en Dios necesariamente un concepto o idea que expresa la esencia del cuerpo humano, y esa idea de la esencia del cuerpo humano es, por ello, algo que pertenece a la esencia del alma humana. Desde luego, no atribuimos duración alguna, definible por el tiempo, al alma humana, sino en la medida en que ésta expresa la existencia actual del cuerpo, que se desarrolla en la duración y puede definirse por el tiempo; esto es, no atribuimos duración al alma sino en tanto que dura el cuerpo. Como, de todas maneras, eso que se concibe con una cierta necesidad eterna por medio de la esencia misma de Dios es algo, ese algo, que pertenece a la esencia del alma, será necesariamente eterno.
PROPOSICIÓN XXIV: Cuanto más conocemos las cosas singulares, tanto más conocemos a Dios.
PROPOSICIÓN XXX: Nuestra alma, en cuanto que se conoce a sí misma y conoce su cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, en esa medida posee necesariamente el conocimiento de Dios, y sabe que ella es en Dios y se concibe por Dios.
PROPOSICIÓN XXXIV: El alma no está sujeta a los afectos comprendidos dentro de las pasiones sino mientras dura el cuerpo.
Una imaginación es una idea por medio de la cual el alma considera alguna cosa como presente, idea que revela más la actual constitución del cuerpo humano que la naturaleza de la cosa exterior. Un afecto es, pues, una imaginación, en cuanto que revela la constitución actual del cuerpo; y, de esta suerte el alma no está sujeta a los afectos comprendidos dentro de las pasiones sino mientras dura el cuerpo.
PROPOSICIÓN XXXVII: Nada hay en la naturaleza que sea contrario a ese amor intelectual, o sea, nada hay que pueda suprimirlo.
Este amor intelectual se sigue necesariamente de la naturaleza del alma, en cuanto que ésta es considerada como una verdad eterna, por medio de la naturaleza de Dios. Así, pues, si hubiese algo que fuese contrario a dicho amor, sería contrario a la verdad, y, por consiguiente, aquello que pudiese suprimir ese amor, conseguiría que lo que es verdadero fuese falso, lo que es absurdo. Luego nada hay en la naturaleza, etc.
PROPOSICIÓN XLII: La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella.
La felicidad consiste en el amor hacia Dios, y este amor brota del tercer género de conocimiento; por ello, dicho amor debe referirse al alma en cuanto que obra, y, por ende, es la virtud misma; que era lo primero. Además, cuanto más goza el alma de este amor divino, o sea, de esta felicidad, tanto más conoce, esto es, tanto mayor poder tiene sobre los afectos, y tanto menos padece por causa de los afectos que son malos. Y así, en virtud de gozar el alma de ese amor divino o felicidad, tiene el poder de reprimir las concupiscencias; y, puesto que la potencia humana para reprimir los afectos consiste sólo en el entendimiento, nadie goza entonces de esa felicidad porque reprima sus afectos, sino que, por el contrario, el poder de reprimir sus concupiscencias brota de la felicidad misma.
En virtud de ello, es evidente cuánto vale el sabio, y cuánto más poderoso es que el ignaro, que actúa movido sólo por la concupiscencia. Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado de muchos modos por las causas exteriores y de no poseer jamás el verdadero contento del ánimo, vive, además, casi inconsciente de sí mismo, de Dios y de las cosas, y, tan pronto como deja de padecer, deja también de ser. El sabio, por el contrario, considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo. Si la vía que, según he mostrado, conduce a ese logro parece muy ardua, es posible hallarla, sin embargo. Y arduo, ciertamente, debe ser lo que tan raramente se encuentra. En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro.